lunes, 10 de diciembre de 2007

2007-11-28 - Análisis de Mateo 19, 14 de Miguel Gomes y su relación con otros textos

Dejan a esos niños vengan a mí y no le impidan que vengan

a mi, porque el Reino de los Cielos es de los que se asemejan a los niños

Mateo 19, 14.


Los cuentos cortos son recursos literarios empleados por muchos escritores para desarrollos “incompletos” de historias, pero con suficiente información para la imaginación del lector. En el caso de Mateo 19, 14 de Miguel Gomes, la historia queda inconclusa para el personaje principal quien es atacado por niños y huye como un animal despavorido, trepando un árbol y manteniéndose allí a salvo, por los momentos; queda entonces de parte del lector imaginarse qué le ocurrirá luego a este actor, y dependiendo de su conciencia, éste será o no alcanzado por los niños y devorados por ellos o si tendrá un final alternativo.


La historia se inicia con la frase “Los niños”1 haciendo entonces referencia tanto al pasaje bíblico como a los hechos que han de suceder. Si bien los textos no entonan ni pronuncian sus palabras directamente, si no a través del lector que lo disfruta, esta frase deja en mi un tono de complicidad respecto a lo que sucederá, como si al decirla supiera de lo que son capaces y no quisiera advertir a esta víctima de la pureza infantil de lo que pueden hacerle. En ese momento se nota que la ingenuidad no es la característica de estos infantes, mas lo es del adulto que tratando de hacer una buena acción es atacado en respuesta. El reflejo de esta simplicidad en la obra viene dado por la frase: “con toda la violencia que no cabía esperar en ellos”[1], lo que demuestra la falta de conciencia del adulto, que en su afán de conocer todo lo que lo rodea, ha dejado de lado el conocimiento de aquellos que lo acompañan, dejando a un lado las posibilidades de entenderse a sí mismo antes que al mundo en su derredor.


Es esta simpleza la que convierte a este personaje en Penteo, el rey de Tebas de la tragedia Las bacantes de Eurípides, quien luego de clamar que el culto a Dioniso era una afrenta a Grecia es castigado por el dios a través de su madre, quien en estado dionisíaco junto a las demás mujeres tebanas derriban el árbol en que se encuentra y a fuerza de golpes y zarpazos le arranca la cabeza Ágave, su madre. La principal semejanza entre Penteo y nuestro personaje es que no consideraban como peligrosos los seres considerados socialmente como débiles, las mujeres y los niños.


Sería muy atrevido asegurar que, tal como hizo Penteo, nuestro personaje se atrevió a blasfemar ante algún dios menor, sin embargo, cabe la sospecha de que las hecatombes que les rindiera a los niños no fueron suficientes y por esto él fue atacado de forma tan brutal. Podemos verlo como el heladero que pasea normalmente los domingos por las calles de los pueblos ofreciendo helados, el cual no ofrece nada a los niños, salvo en esta única ocasión.

También la historia nos muestra semejanzas con el final de El perfume de Patrick Süskind, donde Jean-Baptiste Grenouille es devorado por una multitud hambrienta del deseo de perfección que emanaba el perfume. En el caso de nuestro personaje, la multitud de niños enardecidos quiere comérselo, despedazarlo, como si al hacer eso, eliminaran del mundo esa ingenuidad, esa simplicidad de espíritu. En ese momento los niños están desahogando la frustración de generaciones ante los adultos, el fracaso al tratar de hacerse entender, de lograr que éstos entiendan el motivo de sus juegos y la necesidad de los mismos, que participen en ellos al mismo nivel de los infantes y no como los adultos que son, recuperando esa percepción más simple del mundo.

Esta multitud de niños son el reflejo del contacto directo del hombre con su lado animal, ya que no han sido moldeados por la sociedad aún. Tal como dice Siun Tseu, “la naturaleza humana es mala y lo que hay de bueno en ella es elaborado”[2], por lo que estos infantes que no han tenido educación no han podido desarrollar en sí mismos los conceptos éticos y morales necesarios para la creación de una conciencia que les permita distinguir entre lo “bueno” y lo “malo” y que les forme en cuanto a los valores que no poseen.

Similar a la reacción de cualquier persona ante una jauría de perros rabiosos o ante una estampida de animales salvajes, nuestro personaje sintió miedo, un miedo profundo que lo movió a escalar el primer árbol en su camino:

El grupo, cada vez mayor, cada vez más incontrolable y enardecido, infundió en mí tal terror que acabé emprendiendo la huida.

No supe cómo, pero en pocos minutos lograron acorralarme. Sin otra escapatoria posible, subí apresuradamente a uno de los árboles que encontré, en mi camino. Demasiado enfurecidos, los niños no lograban alcanzarme.1

Pero el mayor motivo de pánico corresponde al constante intento de atacarlo, desde el piso:

El silencio habría sido total si no se dejara escuchar, persistente, hostil, el chasquido escalofriante de sus dientes.1


Como un perro intentando atacar a un gato en un árbol, lanzado dentelladas al aire, tratando de alcanzar el trozo de carne fresca, tratando de devorar a su rival natural. Recordamos entonces lo mencionado anteriormente sobre la incapacidad de los mayores de comprender el lenguaje infantil de los juegos y acciones, más allá de la visión adulta y moderna que poseen; es bajo esta visión que se vuelven en los rivales de los niños, ya que son éstos las víctimas de los constantes ataques y castigos, de la falta de permiso y reprimenda por las acciones.

En último lugar queda, luego de una nueva lectura, se refuerza la visión animal de los infantes, junto con la desesperanza de los mayores ante la fuerza de los niños defendiendo su posición, como si fuera la venganza final por todas las veces en que fueron castigados sin sentido, obligados a estudiar y apartados de los juegos, para que sufra en carne propia la tristeza y el miedo de que la fuerza bruta imparte, sintiendo vivamente los escarmientos recibidos anteriormente, cuando eres enviado a tu cuarto sin derecho a nada o eres vapuleado, sabiendo que no cometiste la falta. Esta vez, la reprimenda sí tiene motivo: sancionar años de acciones injustificadas, escudando así los excesos.


[1] Miguel Gomes. Visión memorable (1980-1985). Fundarte. Pág.: 18.

[2] http://www.ugr.es/~eirene/eirene/eirene12cap2.pdf

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