jueves, 14 de febrero de 2008

2008-02-13 - Examen II de Literatura Latinoamericana I

2. ¿Por qué Octavio Paz afirma a partir de su lectura de sor Juana Inés de la Cruz, que “La acción de los astros, los elementos y los humores producía la simpatía universal” (p. 273 de “Concilio de Luceros”)?

En el siglo XVII, Nueva España se caracterizaba por ser una sociedad con una cultura docta y para doctos[1] donde principalmente la Iglesia y la Universidad eran las instituciones educativas, pero que en la corte se tenía un gran sentido de la irradiación estética y cultural1, lo que permitió que sor Juana Inés de la Cruz se paseara de forma cómoda por dos mundos, el cortesano y el religioso. En el ámbito religioso adquirió enormes conocimientos teológicos, pero que fueron siempre confrontados por su sentido crítico y – cabría incluso decir – científico ante el tono dogmático del saber; sin embargo, era en la corte donde podía desarrollar sus aptitudes escolásticas en la poesía que recitaba, como protegida de la Condesa de Paredes.

Entre las numerosas loas, romances y décimas dedicadas a los virreyes, miembros de la corte y otros asuntos, se encuentra la Loa a los años del rey (V), dedicada al cumpleaños del rey Carlos II,


Pues dejando la excepción
que, por privilegio raro,
le dio Dios al Albedrío,
para que obrase espontáneo
(cuyo siempre libre obrar
para elegir, bueno o malo,
no lo fuerzan los influjos,
aunque pueden inclinarlo),
lo demás todo os compete,
que influencias combinando,
a unos exaltáis felices,
a otros hacéis desdichados.[2]

En este fragmento se observa la mezcla de las dos líneas de pensamiento de la época, por un lado se encuentra la condición cortesana de sor Juana al aceptar la influencia de los planetas en los acontecimientos y la psicología humana3 así como la teoría de los humores de Hipócrates, que se extendió hasta los albores de la Edad Moderna; mientras que el uso del libre albedrío refleja la presencia de la Iglesia dentro del marco barroco. Aún cuando la conjunción de ambos elementos – lo pagano y lo religioso – pueda resultar extraño, Octavio Paz explica el porqué de su sentido cuando en el capítulo titulado Concilio de luceros de la obra Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe dice:

La Iglesia estaba en contra, no de la astrología sino de un determinismo astral absoluto que negaba al libre albedrío (…). En el fondo, el problema al que se enfrentaba la Iglesia no era muy distinto al que ha desvelado a todos los hombres desde que comenzaron a reflexionar sobre su extraño destino terrestre: la libertad y la predestinación.[3]

Pero resulta interesante la construcción de la frase en el texto de Octavio Paz al hacer referencia al poema dedicado a Carlos II: “La acción de los astros, los elementos y los humores producía la simpatía universal”, y es el uso de la palabra simpatía lo que marca esta particularidad. Más adelante en Concilio de Luceros, el autor refiere que los estoicos definían simpatía como la fuerza que ataba al mundo e impedía la dispersión de sus elementos3, sin embargo puede entenderse como el halo de vida o consentimiento universal3 sobre la vida de Carlos II, dada por (los) Dios(es) – es importante marcar esta diferencia ya que, a pesar de que los dioses olímpicos griegos son mencionados en el poema como parte de la asamblea donde se corroboran las virtudes del rey, la preponderancia de la religión católica en la época no permite el culto de otro Dios salvo el cristiano – en las cualidades de Carlos II.

Es por esto que en “La acción de los astros, los elementos y los humores producía la simpatía universal” se conjugan múltiples factores que hacen que su interpretación pueda leerse de la siguiente forma: que en Carlos II – lo pagano y lo religioso – todo se había conjugado para dar al rey los principales beneficios de sus mundos, colmándolo de bendiciones y favoreciendo sus aptitudes como buen regente, donde hasta Dios y el Universo habían metido su mano en pro de él.

3. Establezca relaciones entre los escritos “Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga” de Simón Rodríguez y “Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile” de Andrés Bello.

El siglo XVIII fue la cuna de dos de los poetas, letrados y pensadores más importantes latinoamericanos, Simón Rodríguez y Andrés Bello, envueltos y educados en el período de la Ilustración y en los albores del Romanticismo alemán, son germen de textos de gran importancia en la educación hispanoamericana. Simón Rodríguez como maestro del Libertador Simón Bolívar y Andrés Bello como fundador y rector de la Universidad de Chile, dieron para sus pupilos no sólo sus conocimientos e ideales, si no el empuje de la pasión hacia el desarrollo científico e intelectual del pueblo a través de la educación.

En los textos propuestos Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga de Simón Rodríguez y Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile de Andrés Bello se muestra esta pasión por la educación que ambos compartían, aunque con sus rasgos particulares. En el caso de Simón Rodríguez, la educación inicial es fundamental para la formación de individuos útiles a la sociedad,

Si en la Primera Escuela

se enseñara a Raciocinar

habría menos EMBROLLONES en la Sociedad[4]

mientras que Andrés Bello además incluye la educación superior – universitaria – para la constitución de los mismos.

Si la propagación del saber es una de sus condiciones más importantes, porque sin ella las letras no harían más que ofrecer unos pocos puntos luminosos en medio de densas tinieblas (…). En esta propagación del saber, las academias, las universidades, forman otros tantos depósitos, adonde tienden constantemente a acumularse todas las adquisiciones científicas; y de estos centros es de donde se derraman más fácilmente por las diferentes clases de la sociedad.[5]

De ambas visiones deriva la necesidad de maestros – como se diría en la actualidad – socialmente responsables, no sólo con los conocimientos necesarios para educar a la prole, si no con los valores y la moral necesaria para impartir cualidades éticas y espirituales que permitan mantener a la sociedad dentro de los límites de la civilización.

Empiécese el Edificio Social, por lo CIMIENTOS!

no por el TECHO… como aconsejan los MAS:

los Niños son las PIEDRAS.[6]

Además, Rodríguez llama a la construcción de la sociedad a través de la educación de los infantes, para mejorar con cada generación, las costumbres y desterrar las perjudiciales:

Si los hombres fueran ETERNOS,

(como TODOS lo quisieran… y Yo el primero)

sus costumbres serían invariables.

PERO,

UNOS MUEREN y OTROS NACEN,

y los que NACEN no traen COSTUMBRES.

Empiécese, con ellos, a hacer UNAS, DIFERENTES…

de las que dominaban a sus Abuelos,

y las que dominan a sus Padres.[7]

Más aún, Bello llama al gobierno a formar parte de esta construcción de una nueva sociedad cada vez ilustrada – por las letras y la ciencia – sin el menoscabo de una sobre la otra:

(…) bajo los auspicios del gobierno, bajo la influencia de la libertad, espíritu vital de las instituciones chilenas, me es lícito esperar que el caudal precioso de la ciencia y talento de que ya está en posesión la universidad se aumentará, se difundirá velozmente, en beneficio de la religión, de la moral, de la libertad misma y de los intereses materiales.[8]

Finalmente, más allá del uso de la palabra como medio de transporte de las ideas propias – tal como hace Bello con su discurso – Rodríguez transgrede las convenciones con su logografía, haciendo del papel un lienzo donde las palabras no sólo reflejan su significado allí plasmadas sino mediante la estructura en la hoja y el uso de mayúsculas y consonantes le da mayor fuerza al discurso. Para ambos, el uso de las palabras y – más aún – de los textos impresos permiten llegar con mayor claridad al público al que van dirigidos, los estudiantes. Ellos hacen de la educación integral – tanto básica como superior – más llevadera y asequible por los pupilos y útil a la sociedad que forman.


[1] Octavio Paz. Sor Juana Inés o las trampas de la fe. Barcelona, Seix Barral, 1982; 68.

[2] Octavio Paz. Sor Juana Inés o las trampas de la fe. Barcelona, Seix Barral, 1982; 273.

[3] Octavio Paz. Sor Juana Inés o las trampas de la fe. Barcelona, Seix Barral, 1982; 272.

[4] Simón Rodríguez. Sociedades Americanas. Biblioteca Ayacucho. 270.

[5] Andrés Bello. Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile (1843). 29.

[6] Simón Rodríguez. Sociedades Americanas. Biblioteca Ayacucho. 276.

[7] Simón Rodríguez. Sociedades Americanas. Biblioteca Ayacucho. 277.

[8] Andrés Bello. Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile (1843). 24.

2008-02-11 - Seva, o la mitificación de un pasado inexistente.

Seva, de Luis López Nieves, es el medio que consiguió el autor de reivindicar de la historia de Puerto Rico, a través de la reescritura de la invasión de los Estados Unidos en 1898 y dándole una esperanza a un pueblo sumido en la tristeza de saberse pasivos ante los estos hechos, que tanto marcaron el futuro de su tierra y de su gente. La invención de un héroe real – un hombre con nombre y apellido, de trabajo respetable como historiador de una universidad puertorriqueña reconocida y con un deseo entrañable de liberar a sus paisanos de la tiranía de la ignorancia de su propia memoria – capaz de traspasar obstáculos para encontrar la verdad, la verdadera historia escondida por los gobiernos americano y puertorriqueño durante un siglo. La consagración de un hombre para sacar de la oscuridad un oscuro fragmento de la vida americana. Aún conociendo que Seva de Luis López Nieves es un cuento, lo relata con el lujo de detalle de un conocedor, como si fuera un día de su vida en el que decide salvar al dr. Víctor Cabañas, este héroe en las sombras, de los infames americanos, incapaces de mantener oculto del mundo por más tiempo este enorme secreto. De este modo, Seva se vuelve el grito de libertad, algo tardío, pero que redime a Puerto Rico en la historia mundial. Seva vive! pasaría a ser la consigna de un pueblo enardecido por la restitución de su pasado y que le permitirá no continuar con el ritmo decadente y débil ante las adversidades.

No obstante, ni el dr. Víctor Cabañas ni Seva forman parte real del pasado puertorriqueño – al menos, no como un capítulo escondido en los libros de historia, sólo presente en el diario del general Miles que guarda su nieta –, pero para el pueblo que leyó el relato son más héroes que sus propios próceres. ¿Por qué? ¿acaso la labor de los últimos no fue importante, vital? No, no es eso, es que las hazañas del dr. Cabañas les permitió ver nuevamente a su pueblo con ojos vivificados. Es por esto que los héroes no descansan en paz, que su vida debe ser recordada a diario para demostrarnos la existencia de conciudadanos valientes.

Para todos los seres humanos, la necesidad de idolatrar individuos para darle sentido a su vida nos ha llevado a los confines de la ceguera, siendo éste el caso del fanatismo religioso, político/histórico o tecnológico de nuestros pueblos. Para citar algunos ejemplos tenemos, en lo religioso, a los musulmanes, protestantes, árabes y judíos, que han hecho hasta lo imposible por mantener y expandir sus creencias en el mundo antiguo y moderno, por vía de la revolución de las ideas o de las armas. Para el fanatismo político/histórico sólo es necesario mencionar algunos nombres: Benito Mussolini, Adolf Hitler, Mao Tse Tung, Gustav Marx, Ivan Ilich Lenin, Friederich Nietzche, Osama Bin Laden, George W. Bush, Simón Bolívar, Ernesto “Che” Guevara, José Martí, Hugo Chávez, Francisco Franco, Fidel Castro… y la lista se hace cada día más numerosa.

Y, en la actualidad, el fanatismo tecnológico nos está llevando a la consumación de nuestros sueños más recónditos, convertirnos nosotros mismos en los objetos de idolatría: el empleo de los aparatos electrónicos más modernos – sobretodo primero que nuestros compañeros –, uso de armas bélicas cada vez más poderosas – que logran generar el pánico de nuestros adversarios –, computadoras más potentes que nos permitan acceder de forma ilegal en la información de otros – dándonos el mayor poder, los secretos – e investigaciones cada vez menos éticas, más vanguardistas que nos equiparen con Dios. De este modo, a pesar de no ser héroes épicos como Aquiles u Odiseo, pasamos a formar parte del culto momentáneo que permite el ritmo de vida actual.

Concentrándonos en uno de los personajes mencionados anteriormente, como es el caso de Ernesto “Che” Guevara, la mitificación de la figura ha llegado a nuestro pueblo por la vía menos ortodoxa, las palabras del presidente – con vía ortodoxa me refiero a investigaciones históricas, libros, reportajes o medios audiovisuales “veraces” –, y se ha convertido junto a los próceres venezolanos, en parte de nuestro ideario de personalidades, de los fantasmas que están día a día en la vida política venezolana y cuyos rasgos vergonzosos han sido cuidadosamente removidos de la luz del conocimiento público con la misión de deificarlos cada vez con más fuerza. Es fácil preguntarse, ¿cuál es el fin postrero de este hecho? Al igual que Seva se convirtió en la voz de los puertorriqueños desesperados por una nueva historia, nuestras deidades pasan a ser los mártires que nos permiten disfrutar las “libertades” que gozamos y por las que debemos continuar “luchando” mano a mano con la revolución que estamos viviendo.

Las hazañas de hombres excepcionales – mártires, próceres o letrados – nos permiten valorar nuestra historia y la escala de ritos e ídolos que cada día van cambiando en nuestra cultura. Al enfrentar cada uno de ellos, es necesario rendirles el culto correspondiente para así mantenerlos en sus límites y agradecerles sus acciones, ya que ellas nos permiten avanzar en el mundo.

2008-02-01 - Gerardo Leiva y su encuentro con la sombra.

Pasamos los primeros veinte años de nuestra vida

decidiendo qué partes de nosotros mismos debemos meter

en el saco y el resto lo ocupamos tratando de vaciarlo

Robert Bly

Advertencia: A raíz de la lectura del libro Encuentro con la sombra: El poder del lado oculto de la naturaleza humana editado por Connie Zweig y Jeremiah Abrams, mi sombra ha solicitado participar en el desarrollo de este ensayo. Su participación, aún cuando ha sido controlada, puede resultar un poco ofensiva a los lectores ecuánimes. Mis disculpas por esto.

Alicia.

Nosotros los seres humanos, a diferencia de gran número de nuestros primos animales, somos definidos como seres sociales, capaces de vivir en grupos, de establecer relaciones interpersonales y que, además, éstas pasan a ser parte importante de nuestro desarrollo psicológico. La posibilidad de comunicarnos de forma hablada y escrita, de plasmar nuestras ideas, sentimientos y sensaciones en medios que permitan su transmisión y permanencia más allá de la tradición oral y el aumento en al dimensión de nuestro universo interno gracias al contacto con estas artes o a nuestras propias vivencias nos hacen increíblemente diferentes de los demás seres vivos que habitan el planeta. Pero es justamente esto lo que hace que, al establecernos como sociedad, debamos demarcar normas, principios y leyes para facilitar la convivencia armónica de todos los miembros de la comunidad.

Estos mandamientos, tales como los impuestos por la Iglesia, son inculcados a los niños casi desde su nacimiento, tal como dice Shakira en su canción Pies descalzos:

Saludar al vecino, acostarse a una hora, trabajar cada día (para vivir bien la vida), contestar sólo aquello y sentir sólo esto y que Dios nos ampare de malos pensamientos.

Cumplir con las tareas, asistir al colegio, qué diría la familia si eres un fracasado, ponte siempre zapatos, no hagas ruido en la mesa, usar medias veladas y corbata en la fiestas.

Las mujeres siempre se casan antes de los 30 o se quedarán a vestir santos (aunque así no lo quieran), y en la fiesta de 15 es mejor no olvidar una fina champaña y bailar bien el vals.

Una vez enumerado en mayor medida las exigencias de la sociedad para pertenecer como un miembro distinguido de ésta, se puede comprender por qué cada día es necesario ir agregando a nuestro saco aquellos rasgos contrarios a los requerimientos sociales. Sin embargo, el fragmento de la sociedad donde creció y se educó Gerardo Leiva, su madre y hermanos se encontraba muy alejado de estas convenciones sociales y, en vez de exigir el uso de corbata en las fiestas, la vida le obligaba a mantenerse a la fuerza en el camino, donde sólo pasa el más fuerte y el más imbécil. Estos fueron los caminos que eligieron, respectivamente, Gerardo y su hermano menor, Santiago. En el caso de Gerardo, su saco[1] empezó a formarse en una comunidad cercana al mundo animal, donde la gente no vive, sobrevive, y que quienes permanecen allí por largo tiempo, como su caso, terminan muertos o como repartidores de muerte. Aunque toda regla tiene su excepción, Santiago, el hermano menor de Gerardo, se encargó de vivir en las mismas condiciones y de seguir de largo gracias a su imbecilidad - ¿podríamos llamarlo de este modo? Imbecilidad… Sería mejor decirle estupidez, pero no permanecería resonante en nuestra mente -.

Mientras Gerardo se encargaba de desterrar de su yo todo lo bueno y educado, para ir convirtiéndose poco a poco en un ente desprotegido, fácilmente dominable por la sombra, Santiago vivía protegido del mal que lo rodeaba. Hasta que su estupidez – esta vez debería ir en mayúsculas… pero cabe preguntarse, ¿acaso el estúpido no fue Gerardo al sabotearse el futuro? – obligó a Gerardo a salvar el honor de su casa matando al borracho que molestaba a su madre – mala decisión, Gerardo… permitir que la sombra te tomara momentáneamente –. En este momento crucial, donde su vida y la de aquellos que lo rodeaban dio un giro de 180°, Gerardo es enviado a la cárcel a pagar sus crímenes – pagar sus crímenes, suena incluso moralista… como si así pudiera alcanzar la redención – y vio truncado así su futuro como pugilista – ¿pugilista?, ¿acaso Gerardo no había luchado toda su vida para ser el peor de los malandros de su zona?... “su futuro como pugilista”, casi podríamos decir que la jugada del destino no fue enviarlo a prisión, si no enamorarlo y convencerlo que podría dejar de ser la escoria que él mismo se había trazado como destino –.

Para Gerardo la cárcel fue la incubadora de su sombra, donde ésta comenzó a crecer y a aprender de su derredor cómo sobrevivir sin ser exterminada junto al hombre que le da vida. Al salir de la cárcel, el destino decide jugarle sucio nuevamente, convenciendo a Santiago que debía rendir culto a su hermano convirtiéndose a sí mismo en el peleador que Gerardo no pudo llegar a ser. De este modo, su sombra concibió la necesidad que tenía la vida de pagarle una indemnización por los daños sufridos y que el deudor era el propio Santiago – ¿y qué mejor modo de cobrarlo que destruyéndolo? Sería el pago perfecto, después de que Santiago había derrumbado su sueño de redimirse con el mundo –. Tal como dice el propio Gerardo:

“No quiero que fracase, por eso debo parar esa carrera hacia nada que está emprendiendo el muchacho”. Pero muy dentro comenzaba a hervir – al principio sin querer reconocerlo; luego se me iba a revelar con toda la amargura – otra fuerza, una voz imperiosa que me ordenaba detenerlo[2]

Mientras la vida de Gerardo va avanzando, en este caos mental entre los dictámenes de la sombra y la voz de la cordura de su madre – y de cualquiera lúcido sin ese camión de odio persiguiéndolo –, y la carrera de Santiago va ascendiendo, la sombra toma, una vez más, el control de las decisiones de Gerardo:

(…) un veloz recorrido mental a los sucesos del día me hizo dar con un valiosísimo descubrimiento. Había un hijo de puta a quien tuve que haber matado esa tarde, y no lo hice (…). Entonces comenzaron a encenderse luces y a sonar campanas. ¿No será una buena idea utilizar a Santiago para que hiciera por mí el trabajo de la destrucción, primero dentro, y luego fuera del ring? ¿No sonaba misterioso, tan extraño como genial, el repentino dictado de esa voz oscura, ese dictado que clamaba: utiliza a Santiago como un arma? ¿No estaba claro que eso era el preámbulo de la fase más ambiciosa de mi plan, aquella que quedaba resumida con sólo completar la frase: utiliza a Santiago como un arma contra sí mismo?[3]

A medida que se suceden las horas, los días y los meses, Gerardo se va adentrando mucho más en la pobre psique de Santiago, dominándolo por el sentimiento de culpa tan grande que éste siente por las desgracias de su hermano, su ídolo. Con cada pelea, cada comentario y recomendación, Gerardo va consumando el plan de su sombra: Santiago comienza a pagar poco a poco la letra de cambio de vida que firmó sin saberlo. Hasta que, en el último minuto, cuando ya no era necesario continuar fingiendo y el daño estaba por consumarse, la sombra de Gerardo muestra su temido rostro:

Santiago, desconcertado quizá por tanto aire libre, tornó a distraerse con los objetos y sucesos más insignificantes como la inmovilidad de una luz roja, y con sucesos más complicados como unas faldas cortas, ante las cuales no dudaba en soltar su risita boba. Lo hice caminar un rato por varias calles en busca de un sitio lo bastante solitario para fabricarle un epílogo adecuado a todo aquello. ¿Cómo lo haría? ¿Quizá con una piedra directa en medio de la cabeza? ¿Tal vez un empujón al pasar un camión? ¿Una zancadilla al llegar a algún precipicio o a una azotea lo bastante alta? La experiencia misma daría las instrucciones. (…) Sin quererlo (…) nos mezclamos con los curiosos y la gente que trabajaba (…) Santiago se vio especialmente atraído por el tigre, un tigre de Bengala. Junto a su jaula se quedó extasiado, ausente. Entonces, por última vez, surgió desde el fondo mi sabia voz oscura, la que brotaba de adentro: tal vez no era necesario acudir a ninguna violencia, tal vez bastaba con simularla. (…) El tigre espantó unas moscas con un movimiento de sus orejas. A Santiago ya no había mosca sobre la tierra que lo hiciera reaccionar. Regresé, sólo y sin deudas por cobrar (…)

Es aquí la última aparición de la sombra, cuando ya la deuda de Santiago ha sido solventada. Cuando ya la vida ha pagado con la sangre de otro, las heridas infringidas, sentidas o imaginadas. La sombra de Gerardo nunca fue tan profunda y reprimida con aquellas que reconocemos en la literatura, Mr. Hyde o Fausto por mencionar sólo dos, pero es más real entonces, no es producto de la imaginación del autor al hacer referencia a lo que puede sucedernos de continuar una vida excelsa ocultando nuestras debilidades, si no del hecho mismo de la liberación – aunque lenta en este caso – de la sombra. Todos nosotros, vivimos bajo el estudio constante del microscopio de la sociedad y sus normas y esto se convierte en el detonante de la salida cada vez más violenta de la sombra, que de ser escapes más frecuentes y menos ominosos serían beneficiosos para la completitud de nuestra personalidad, tal como expresa C. Jung cuando dice que preferiría ser un individuo completo antes que una persona buena[4].

La sombra es, simplemente, todo lo que hemos ido rechazando en el curso del desarrollo de nuestra personalidad por no ajustarse al “ego ideal”[5] y que, para Gerardo, simplemente se convirtió en el espíritu que lo acompañó para mantenerlo lúcido y con la misión de salvar sus deudas con el mundo. Es por esto que, al despedirse en la carta a Carlos, dice:

Obsérvalo con atención pero no lo compadezcas, ignora su cantar porque no es de este mundo; no escuches su canción desesperada ni llores su destino. Pero por una vez en la vida hazle honor y justicia. Apláudelo larga, tierna, calurosamente, hasta hacerle recordar y sentir en la piel a las multitudes que lo adoraron; celebra con él y dale mil felicitaciones, pues finalmente ha cumplido su más alta penitencia: pagarle una vieja deuda a quien sí pudo haber sido – aún lo creo – el más poderoso de los truenos[6]



[1] Zweig, C. y Abrams, J. Encuentro con la sombra. Pág. 19.

[2] Duque, J. R. No escuches su canción de trueno. Comala.com. 2000. Pág. 39.

[3] Duque, J. R. No escuches su canción de trueno. Comala.com. 2000. Pág. 99.

[4] Zweig, C. y Abrams, J. Encuentro con la sombra. Pág. 24.

[5] Zweig, C. y Abrams, J. Encuentro con la sombra. Pág. 25.

[6] Duque, J. R. No escuches su canción de trueno. Comala.com. 2000. Pág. 223.